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sábado, 29 de diciembre de 2012

Temores.


Corría en sentido incierto, intentando huir de la sombra que me perseguía y que estaba fuertemente cosida a mis pies. ¿De verdad pretendía huir de mí misma? El viento me abofeteaba y tiraba de mi pelo para que parara de una vez, pero mis piernas, empeñadas en dirigirse a aquel lugar en el que poder descansar sin temores gritando en mi cabeza, no parecían rendirse. Estar sola era demasiada compañía. Conllevaba a hablar conmigo. Quisiera o no. Y eso significaba salir perdiendo. 
Corrí hasta encontrar el ruido, y me perdí entre escaparates de una pieza en los que me veía rota, y entre caras desconocidas que chocaban contra mí, persiguiendo a la prisa en sentido contrario al que yo intentaba dirigirme. Las luces de la ciudad se mezclaban y no me dejaban ver más allá del miedo. Y la ansiedad aumentaba, y mi aliento quería gritar, pero se conformó con convertirse en un leve suspiro envasado al vacío que nadie logró oír.
Y paré. Cerré los ojos, y me dejé llevar por cada empujón creyendo que así encontraría una salida.
Entoncés ocurrió. Una mano me agarró y me obligó a girar entre la gente.
Eras tú,


rescatándome.


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