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martes, 18 de agosto de 2015

Gracias por salvarme.

Hoy, después de mucho tiempo, mis dedos rompen su silencio.
Vienen relajados y fuertes. Torpes, como los primeros pedaleos después de años sin montar en bicicleta.

"Me senté con la mirada fija en una de las gotas de la pared. No buscaba formas imposibles en el gotelé como de costumbre. Sólo quería apoyar la mirada en cualquier sitio que me dejara pensar en mí. En cómo ha cambiado mi vida.
Escuché ecos fortísimos que me estampaban en paredes de roca como un tsunami de miedos. Cada vez más dentro de la cueva, tropezando a cada paso con piedras talladas con la palabra ANSIEDAD.
Poco oxígeno. Irrealidad. Necesidad de huír. La frustración de lo que es sentir que te acomodas a pesar del frío del colchón hecho de suelo, la dureza de la almohada de granito. "Podría ser peor", piensas.
Sin linternas. Sólo pequeñas cerillas que te dan algo de esperanza para acabar apagándose trayendo la oscuridad de nuevo.

Y entonces te sientas de nuevo, y vuelves a pensar en ti y en la idea de poner atención a los ecos sin dejar que te arrastren.

Y los oyes escuchas.

"¿No crées que ya es hora de demostrar lo fuerte que eres? Sé consciente de una vez de que es una realidad."
Ecos que me empujaban, ahora llenando los pulmones con plenituz.

Eco tras eco
y tu voz salvándome al final de la trampa."









Me haces volar, como cuando das los primeros pedaleos al montar en bicicleta.

domingo, 3 de agosto de 2014

Para I.

Es egoísta esconder que existe alguien como tú. La gente debe saberlo. Saber que la distancia en el tiempo es algo relativo y que no siempre un calendario tachado dictamina que es demasiado tarde para descubrir.
Y nosotros nos descubrimos, como esos hallazgos dignos de ser estudiados en los libros de historia. Tú, claro, digno de salir en la portada. De ser la pregunta más valorada del examen. Obligatorio aprender que aun sin conocerme, me cogías siendo un bebé y me aliviabas diciendo: tranquila, dentro de unos años nos consolaremos el uno al otro a través de bolígrafos y abrazos. Y aun sin saber cómo era mi cara, me recogías de las caídas y soplabas en la herida para que no doliera. Me guiñabas el ojo cuando nos cruzábamos sin vernos. Me arropabas por las noches para protegerme del frío y de los malos sueños hasta que tú mismo pudieras espantarlos de cerca. Y, aun sin oir mi voz, escuchabas cuánto te echaba de menos sin ni si quiera conocerte.

Y mira hora, segura de que las matrículas de honor te envidian.

martes, 1 de julio de 2014

El mejor destino del mundo.

Conseguimos, una vez más, abrir los ojos sin saber en qué rincón del mundo nos despertamos, y lo mejor de todo es que nos encanta esa sensación: perder la cuenta de los monumentos que tienen la suerte de fotografiarse contigo

Nos negamos a tachar destinos en un mapa de carretera, a guardar recuerdos en fotografías típicas que quedan olvidadas en algún álbum abrazado por el polvo en lo más alto del armario.
Queríamos inmortalizarnos, usar tu cuello como marco de toda vista de toda ciudad, mirar el paisaje mientras undo la nariz en tu clavícula para relacionar siempre tu olor con lo bonito que resulta viajarnos.
Queríamos señalar destinos cumplidos usando un mapa inmenso como mantel todas las mañanas. Como marca, la mancha que deja la taza de café en otro de los desayunos que nos grita que nos espera un día inolvidable . 


Como diario, redactar en braille toda aventura usando los lunares que marcan tu espalda,



sin lugar a dudas, el mejor destino del mundo.

lunes, 12 de mayo de 2014

Sol.

Cerré los ojos. Me apetecía dejar que el tacto de la luz sobre mi cuerpo ganase toda la atención. No calentaba demasiado y, muy lejos de parecerse al roce de tus dedos, me regaló una caricia cálida que, como mínimo, me pareció agradable. 
Me tumbé sobre las sábanas dejando la espalda descubierta, y esperé a que la luz que entraba por las rendijas de la persiana me masajeara deslizándose desde la nuca hasta el final de la espalda, a medida que las agujas del reloj avisaban al sol de que debía cambiar de posición para acariciar cada uno de mis recovecos. Sin ser consciente, me quedé dormida, y en uno de mis sueños me creí ser Luna.


Llegó la noche, y me escondí entre nubes, insegura por la certeza de que sin su luz, yo no brillaría. Era más que dependencia, y supe que el insomnio me haría vigilar cada una de mis noches hasta que él, el sol, despertara y también a mi sonrisa.
Pero cuando todo el mundo parecía dormir menos yo, vino a abrazarme, a encajar sus labios en cada cráter, haciendo el pacto de eclipsarnos noche tras noche, prometiendo regalarme su luz incluso cuando él no está, dejándome brillar a mí también y presumir entre las demás estrellas de que yo soy el reflejo de la más grande de todas. La que, con su luz, me salva.


Desperté. Era de noche, pero las caricias en mi espalda seguían en la oscuridad. El calor esta vez era más intenso y la sensación, inmejorable. 
No cabía duda, y mi sonrisa quiso mirarte de frente. Allí estabas, besando los lunares de mi espalda como cada noche, esperando a que todos durmieran para poder eclipsarnos.


''Y, entonces, con un gesto haces luz.''



miércoles, 5 de febrero de 2014

Efecto mariposa

¿Quién lo diría? A ti, a mí, a este banco.
Si se lo contasen no creería, estoy segura, que sería el lugar protagonista. Que vería mi timidez frente a tus sonrisas, que vería lágrimas, reencuentros, besos y rabia. Que lo elegirías a él para sentarte a esperar a que estuviera dispuesta, y que lo decoraríamos con miradas fugitivas dibujadas con los rotuladores permanentes que son tus pupilas. Miradas que no pierden fuerza, que son contadores de mis decibelios y de cada beso que te regalo para descubrir cuántos caben, en total, en tu cuerpo. Que traería el dulzor que tus besos eclipsan al del melocotón de tus tostadas al desayunar.  
Que si no es por él, la pared de mi habitación, ahora celosa de ti, no podría arañar mi espalda para ganar el protagonismo que te intentan quitar los gemidos del somier. En una cama en la que no sólo se contagian las caricias, donde carcajadas enamoran sonrisas y la relajación que supone soltar todo el aire para después respirar(te). Llenarme de ti, ajena al mundo y al paso del tiempo, con las luces apagadas, las estrellas encendidas, y la vida ...
más plena que nunca.
D.

lunes, 30 de diciembre de 2013

Tú, mi hogar.

Leí por ahí que el hogar son las personas y no un lugar sólo por ser acogedor. 
Pensaba que tu habitación se había convertido en mi favorito, con partículas de tu colonia revoloteando por ahí y paredes llenas de fotos de tu ídolo. Pensaba, sí, que tus sábanas eran mi hogar, y que tu alfombra calentaba mis pies fríos más de la cuenta para sentirme como nunca en ningún otro sitio. Que tu persiana me guardaba de la envidia de la luna, y que hasta las paredes reían al darse cuenta de que, repleta de celos, se muere por tener la forma y el nombre del lunar que colorea tu mejilla.
Pero entonces entendí que lo imprescindible en esa habitación eras tú. Que sin tu respiración en mi nuca cuando estoy tumbada no son más que cuatro paredes azules echando de menos risas de dos locos abrazodependientes, y que lo que de verdad me hace sentir en casa es notar que cada círculo que dibujas usando tu yema alrededor de mi ombligo, sólo es la manera de asegurar nudo a nudo cómo el hilo transparente que nos une no se pueda aflojar. Sólo apretar, no dejar ningún espacio, y arriesgar en cada abrazo la bonita posibilidad de rompernos para, después, juntar piezas entremezcladas de ti y de mí. 

mi hogar.
Lo he soñado en la almohada más cómoda, la que más agradece el calor de mi mejilla, la que está entre tus brazos, y es tan perfecta que me canta nanas en forma de latidos para dormir como nunca y soñar, como siempre, contigo, 

miércoles, 25 de diciembre de 2013

Desayuno con un diamante.

Despierto con el sonido de su respiración. Tiene los ojos cerrados, pero sé que me mira a través de los párpados que besé hasta que cayeron rendidos hace no muchas horas. Entra poca luz. Suficiente para ver cómo el contorno de su cuerpo se dibuja en la pared y retrata a la perfección cada leve movimiento.


Inspira.
Expira.
Me inspira.


Me quedo quieta mirando el monótono movimiento de su sombra y pierdo la noción del tiempo por no sé cuánto rato. Como cuando el tic tac del reloj se mete dentro de ti y de repente suena con más fuerza que cualquier otro sonido cercano. Eso me pasa con él: se mete dentro de mí y lo cercano se queda lejos.



Inspira.
Expira.
Despierta.


Increíble es cómo sonríe antes de separar las pestañas. No ha dejado de coger mi mano en toda la noche, y sin hacerlo, me cuenta con la primera voz del día, un poco ronca y adormilada, que hemos estado sentados en la luna durante horas. Me asombra la dulzura de su cara recién despierto. Su sonrisa tiene otra forma, un leve detalle que la hace diferente a las que me regala en cualquier otro momento. Es difícil reconocer algo que nunca has visto, pero creo que en su sonrisa, suavemente distinta a la que me tiene acostumbrada, he podido ver felicidad. Y claro, claro que he visto a gente feliz, pero nunca había visto felicidad por ser yo lo primero que se ha encontrado al abrir los ojos en la mañana más perfecta de mi vida.

Buenos Perfectos días, dormilón.