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lunes, 30 de diciembre de 2013

Tú, mi hogar.

Leí por ahí que el hogar son las personas y no un lugar sólo por ser acogedor. 
Pensaba que tu habitación se había convertido en mi favorito, con partículas de tu colonia revoloteando por ahí y paredes llenas de fotos de tu ídolo. Pensaba, sí, que tus sábanas eran mi hogar, y que tu alfombra calentaba mis pies fríos más de la cuenta para sentirme como nunca en ningún otro sitio. Que tu persiana me guardaba de la envidia de la luna, y que hasta las paredes reían al darse cuenta de que, repleta de celos, se muere por tener la forma y el nombre del lunar que colorea tu mejilla.
Pero entonces entendí que lo imprescindible en esa habitación eras tú. Que sin tu respiración en mi nuca cuando estoy tumbada no son más que cuatro paredes azules echando de menos risas de dos locos abrazodependientes, y que lo que de verdad me hace sentir en casa es notar que cada círculo que dibujas usando tu yema alrededor de mi ombligo, sólo es la manera de asegurar nudo a nudo cómo el hilo transparente que nos une no se pueda aflojar. Sólo apretar, no dejar ningún espacio, y arriesgar en cada abrazo la bonita posibilidad de rompernos para, después, juntar piezas entremezcladas de ti y de mí. 

mi hogar.
Lo he soñado en la almohada más cómoda, la que más agradece el calor de mi mejilla, la que está entre tus brazos, y es tan perfecta que me canta nanas en forma de latidos para dormir como nunca y soñar, como siempre, contigo, 

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