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sábado, 9 de marzo de 2013

Lluvia.

Viví una de esas sensaciones en las que crees encontrarte en un lugar que ya has pisado antes sin haber estado nunca. Fue extraño. Como soñar con un sitio y después encontrarte en él sabiendo que algo te resulta familiar.
Fue la misma sensación, con la diferencia de haber estado allí durante siete meses hace ya más de un año.
Es raro, insisto. Es raro que siete meses no hayan significado nada en una vida. Es raro lo borroso de esa etapa, mi incapacidad de no conocer realmente a nadie. Como un salto en el tiempo del que reniego inconscientemente de personas, de conocimientos, y de recuerdos concretos.
Y hace pocos días me volví a ver allí. Rodeando el mismo charco que odiaba evitar todas las mañanas grises, y en el que a veces tropezaba por las legañas que me impedían esquivarlo. Y rara, otra vez, la sensación de que estos casi cuatrocientos días no han sido más que un largo sueño en una noche en la que he dormido más de la cuenta, y que realmente fue ayer cuando me sentaba en ese pupitre alto al lado de aquella gente a la que no conocía de nada más que de vista.
Y seguí andando, con la misma prisa con la que iba cuando llegaba tarde a clase por entonces, para que dejaras de esperar mi abrazo. Y una vez sentada a tu lado, mirando a la gente (des)conocida y aquel decorado que me sonaba bastante, te miré en silencio y todo aquello que veía como borroso e insignificante, se enfocó en ti para hacer que me de cuenta de que en verdad debo estar agradecida de haber vivido todo aquello. Porque gracias a eso, te conozco. Gracias a ese lugar, te disfruto.
La persona que hace que me gusten los días de lluvia cuando nunca ha sido así. Porque me hace correr mientras me salpica desde los charcos. Porque su lado infantil, que aumenta con la cantidad de gotas que caen,  hace que aparezca la sonrisa pícara con el hoyuelo tan gracioso en la mejilla izquierda que tan loca me vuelve y que me empeño en rellenar a base de besos.
Quien es lo que yo no puedo. Las cosquillas de mis lágrimas para que sonría. La parte cuerda que necesita esta loca de atar. La calma que consuela taquicardias.
Quien no se imagina en lo que se ha convertido. El protagonista de aquí. El sucedáneo de nada que yo conozca, a nada similar, nada reemplazable.
Quien me ha escuchado decir que es increíble, pero que a lo mejor no sabe lo que significa esa palabra para mí.
Y el día que sea consciente de ello...


  ...entenderá el por qué de todo

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