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viernes, 4 de enero de 2013

Para J.

Eran dos locos en busca de emociones. Habían metido en la maleta cuatro prendas de ropa, una cámara de fotos y muchas ganas de estar dispuestos.
Irlanda. Ella aún no se lo creía del todo. Viajaría a Irlanda con él y pararían los relojes durante cuatro días que marcarían dos vidas, además de un calendario colgado en la pared.


Moher, 19:06.

El día había sido caluroso. Es cierto que cuando piensas en Irlanda, lo primero que imaginas es mucha lluvia sobre paisajes verdes y un clima más bien frío. Pero aquel día fue el sol quien decidió poner la guinda a lo que parecía ser un día digno de recordar. Para ambos.
El atardecer allí era muy parecido, pero distaba mucho del de aquella azotea del centro de Madrid. No sólo el ambiente lo hacía especial. Había algo más que presumía de ser inexplicable y que sólo lograría entender quien pudiese verlo. Vivirlo.
Llevaban mucho tiempo sentados en el césped de aquellos acantilados. Suponían que horas y horas marcadas en las diferentes tonalidades del cielo de verano. Ella cerró los ojos, y dejó caer su espalda sobre el césped húmedo. Ya había visto suficiente, y ofreció al sentido del oído su turno de disfrutar de lo hermoso que era todo aquello. Olas enfurecidas resaltaban sobre cualquier otro ruido entre el silencio del lugar, que poco a poco bajaban el ritmo y la intensidad y regalaban calma. Como ella.
Jugaba a acariciar con la lengua la sal que se había adosado a sus labios, y que provocaba escozor en las pequeñas heridas que él había hecho al morderlos en un intento fallido de contener las ganas de comérsela.

Al abrir los ojos de nuevo, el cielo se había vestido de noche. Echaba de menos escuchar algo de él, y le miró para ver si aquello no era más que un sueño. Seguía en la misma posición: piernas estiradas sobre la alfombra verde, brazos rectos y palmas de las manos apoyadas tras su espalda para soportar su peso. Las luces de la moto, aparcada a escasos metros de ellos, permitieron que la sombra que se reflejaba en el suelo le delatara cada vez que giraba la cabeza para mirarla creyendo que no se daría cuenta. Pero ella no dijo nada. Sólo agarró de su capucha y tiró hacia el suelo para que él también se tumbase y así utilizar su pecho como almohada.

 -¿En qué piensas?- Dijo ella, sin apartar la vista del cielo.
-En que lo mejor de este viaje, fue pedirte que me acompañases.

4 comentarios:

  1. Que extraordinario. Creo que cualquier momento que compartas con la persona que tú has elegido tener a tu lado te impedirá que lo olvides. Los viajes también ayudan a que nos encontremos a nosotros mismos...
    Me ha gustado mucho :)
    Un besito!

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    1. En realidad es una historia inventada, basada en (espero) hechos reales próximamente.
      ¡Me alegra mucho que te guste!
      Gracias, siempre ;)

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  2. Aaaaay! Quien pudiese vivir una historia así...
    Me encanta Irlanda! ** y la historia? Bua, increíble...
    Ójala algún día lo importante de un viaje sea que yo estoy en él ^^
    un besito bonita!

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    1. ¿Y por qué no? ¡Seguro que lo será!
      :D
      Un beso de vuelta, y ¡muchas gracias! :)

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