Hoy he vuelto allí. Por un momento he pensado que estarías esperándome en la misma salida de metro, con el pelo alborotado y resoplando fatiga por llegar tarde antes de darme un beso en cada mejilla. Pero cuando he abierto la puerta que me llevaba a las escaleras mecánicas en las que te miré de arriba a abajo en un descuido, el frío me ha dado puñetazos de realidad en las narices. He sentido nervios. Nervios diferentes a los de aquella tarde de noviembre. Diferentes a lo mejor porque hoy no has estado para calmarlos.
He seguido los mismos pasos escuchando el silencio que tapona mis oídos desde hace días, y he cruzado el puente del que presumía no tener miedo, sintiendo más vértigo que nunca. Y he llegado. Al parque que nos abrió las puertas para conocernos un poquito más. Y he subido. Al mirador en el que toda vista dejaba mucho que desear teniéndote a ti en primer plano. Y me he sentado. Apoyando la espalda en las rejas que me salvaban aquella tarde de un buen chapuzón, y mirando al muro en el que me contaste haber encontrado tu nombre entre risas. Entre miradas medio tímidas, medio atrevidas. Entre masajes mal hechos sobre el jersey morado, entre tenerte entre mis manos.
He cerrado los ojos, y he escuchado el eco del primer beso que te hizo perder una apuesta. Y he escuchado el que te robé yo dándome igual tener que invitarte a cenar. He sentido tus dedos haciéndome cosquillas a través del agujero de mis vaqueros, y a tu pelo jugueteando con mis dedos apoyado en mí.
Parece no haber cambiado nada desde entonces. Sólo el silencio que antes no se escuchaba salvo en los besos. Sólo la lluvia que hoy, como no podía ser de otra manera, llora conmigo. Sólo que no estás.
Y he seguido mi camino, volviendo a ver, con mis ojos como marco, la fotografía que me enseñaste de aquel lugar. De este precioso lugar en el que ahora no me abrazas ni me dices que soy demasiado alta. Entre lagos, entre recuerdos, entre la sonrisa más bonita del mundo.
Y he pasado por las calles llenas de gente que aquel día parecían vacías, sin tu mano a la que agarrarme, sin tus guías y sin tu protección. Y he llegado a ese banco esperando que estuvieses allí sentado, deseando que me dieses todos los sustos que fuesen necesarios si eran mínimamente parecidos al de aquel veinticinco. Esperando que el beso que selló la tarde más corta con un "nos vemos pronto" volviera a repetirse.
Pero no.
Ya se sabe, que esperar es el peor de los pasos,
y yo ya no debo esperar nada... |
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